PRECOGNICION
DR. MÁXIMO GRILLO ANNUNZIATA
Este es otro capítulo de mis
“Memorias de un estudiante agitador”, que se quedó en el tintero y ni figura en
la versión impresa de mis memorias. Pero aquí lo ponemos.
¿Qué es la precognición?. Es
la capacidad de conocer las cosas antes de
que ocurran. Este fenómeno se debe a que el inconsciente también piensa y
calcula independientemente de la conciencia, pero a partir de datos elaborados anteriormente por la conciencia. Incluso el inconsciente
percibe información que no pasa por la conciencia y es un mecanismo ancestral, que heredamos en
el proceso evolutivo y lo tienen muchos animales.
Es lo que generalmente
llamamos intuición.
Personalmente, le debo mucho
a mi poderosa intuición, sobre todo a mi
intuición sobre el peligro. Por eso estoy vivo hasta ahora.
Resulta que mientras era
estudiante de medicina, en una sala de hospitalización,
todos los días realizábamos la visita de todos los pacientes, elaborando las historias clínicas, viendo como
evolucionaban y reajustando sus tratamientos.
Entre ellos había un paciente
portador de una enfermedad conocida como
anemia aplásica, en la cual los glóbulos
rojos, los glóbulos blancos y las plaquetas dejan de producirse.
Se trataba de un paciente
pobre dueño de una pequeña bodega en un barrio pobre, pero que siempre tuvo inquietudes intelectuales y siempre
quiso estudiar filosofía, pero la pobreza en que vivía nunca se lo permitió. Cuando
supo que además de estudiar medicina yo estudiaba filosofía y física, le gustaba hablar
conmigo sobre filosofía, porque se había comprado algunos libros de divulgación,
y de esta forma nos hicimos amigos. Hablábamos
largas horas y me contaba episodios de su vida y de sus inquietudes filosóficas,
de la primera enamorada que tuvo, una universitaria que lo abandonó por pobre.
El paciente respondía bien
al tratamiento y solo esperábamos que la hemoglobina subiera unos 2 gramos más para darle de alta.
Una mañana encontré al paciente
llorando a lágrima viva, desconsolado.
-Que pasa hijo, porque lloras?
-Doctor me voy a morir.
-No digas tonterías, estas respondiendo
bien al tratamiento, dentro de unos días te vamos a dar de alta
-No doctor, me voy a morir. Pero
no lloro por mi suerte. Lloro por mi madre. Mi mujer odia a mi madre, y cuando muera la va a votar
a la calle.
-¿Por qué haría eso?
-Nosotros tenemos una pequeña bodeguita y mi madre se encarga
de ella, mi mujer quiere agarrase todo el
dinero, pero mi madre no la deja porqué
nos iríamos la quiebra y de que viviríamos después. Vieja de mierda cualquier día
te voy a votar a la calle para que duermas en el piso, para que vivas de mendiga le dice a cada rato.
Mi mujer es mala y cruel.
-Oye, no te tortures en vano,
tú vas a quedar bien, tus hemogramas han
mejorado mucho.
-No doctor, yo voy a morir.
Y el paciente lloraba
desconsolado.
-No seas depresivo y tranquilízate,
lo que ocurre es que estás con depresión a causa de tu enfermedad, pero tú vas
muy bien con tratamiento, porque no quieres aceptarlo?.
Seguimos conversando
tratando de calmarlo y cuando dejó de llorar le dije:
-Mañana te voy a traer un
libro de filosofía, para que leas y te dejas de pensamientos negativos.
-Gracias doctor, esté donde
esté, voy a velar por mi madre y por usted, yo lo protegeré a usted también doctor.
-Déjate hablar de disparates y come bien para aumentar la hemoglobina.
¿Nos entendemos?.
-Si doctor, gracias doctor.
Cuando me retire sentí un escalofrío
que me recorrió la espalda y me fui tranquilo
pensando que había calmado al paciente.
En la noche acudí a una asamblea
de estudiantes en San Marcos, donde acordamos ir al huelga, salimos y agarramos
a pedradas a la policía como de costumbre, y cuando arrojaba una molotov encendida,
no sé de donde apareció un camión porta tropa lleno de policías que pasaron como un rayo a solo tres metros de donde yo
estaba. O no me vieron, o bien no me dieron importancia porque siguieron de
largo. Es imposible que no me vieran
porque venían de frente a donde yo me
encontraba, me salvé de milagro.
A la mañana siguiente me dirigí
de frente donde el paciente de la anemia aplásica llevándole el libro que
le había prometido.
La cama estaba vacía.
El paciente había fallecido poco
después de que yo me había retirado del
hospital al terminar mi jornada.
Lo lamenté mucho y no comprendía porque había fallecido si el tratamiento
iba bien y el paciente estaba mucho mejor.
Y tampoco comprendía como el paciente sabía que iba a
morir. Lamenté no haberle preguntado
donde quedaba su bodeguita, para ir y ver cómo ayudar a su anciana madre y ver
si se podía conseguir que fuera a un
asilo.
En ese momento, de repente,
entendí porque los del camión porta
tropa no me habían visto. El paciente me había protegido.
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